domingo, 31 de mayo de 2020

El yo y la individualidad, Lo más humano del ser



El yo y la individualidad Lo más humano del ser

Por Micaela Klein


Para que pueda ser he de ser de otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia.



Octavio Paz



¿Qué es la educación? ¿A quién educamos? ¿Qué es la individualidad? ¿Quién soy yo?

¿Cuál es mi individualidad y qué rol cumple esta parte en mi ser al vivir en sociedad?



Imaginemos un bebé en el momento que nace, cuando sale del vientre materno empujando con sus piecitos y con gran esfuerzo logra salir al mundo; cuando luego de cinco, seis meses, en la cuna, levanta la cabeza, rueda, agarra todo y lo empieza a observar, lo chupa, lo huele. Luego, entre los ocho, nueve meses comienza a gatear, se arrastra por el suelo, toca todo lo que ve. Y por fin entre los nueve y quince meses se para sobre sus pies y comienza a caminar; se cae y se levanta una y mil veces, camina, juega, corre, se golpea, llora…Luego viene un proceso de imitación de la palabra. Al principio son sólo sonidos los que pronuncia, no hay relación entre las palabras y los objetos. Ese es un proceso posterior, el relacionar lo que se dice con las cosas, y así comienza a comunicarse con su entorno.



La conciencia del yo

Entre la edad de los dos, tres años el niño comienza a autodenominarse “yo”. Ya puede separar al mundo de sí, a partir de ese momento tiene conciencia de sí mismo: es un ser diferente al resto, tiene una conciencia que no puede explicar, muy diferente a la autoconciencia que adquiere alrededor de los veintiún años. Al nacer y hasta los dos años el niño no puede diferenciar al Yo superior del yo terrenal. Se sienten parte del todo, yo no soy un yo terrenal, yo no puedo autodenominarme yo, porque yo soy parte del todo. Según la antroposofía, cuando un niño dice Yo por primera vez, siente, sin poder razonarlo, la sensación de ser diferente a todos, de ser un yo terrenal que se separa y marca la individualidad en la tierra.

La conciencia del yo se basa fundamentalmente en el funcionamiento del organismo sensorial, el percibir y desarrollar los sentidos: oler, sentir, ver y escuchar. Y gracias a la memoria de la vida, -de qué quiero ser y qué hago en mi entorno social-, hace posible que uno sea consciente de su ser. Al desarrollar estos sentidos y la memoria, es posible un mayor fortalecimiento del yo a la hora de elegir la propia libertad.



La idea de la reencarnación

Desde el punto de vista de la antroposofía, el yo y la individualidad del hombre ya vienen con uno al nacer. Traen determinadas cualidades, y predisposiciones que no se heredan de los padres ni pueden ser influenciadas por el medio ambiente.

La fuerza del Yo vive en cada persona eternamente. Allí quedan guardados los recuerdos de la vida, las vivencias, los aprendizajes, etc. Y eso es lo que se denomina “los dones” que uno trae del mundo espiritual a la vida terrenal al nacer. Tenemos un yo consciente con el cual nos podemos hacer la pregunta y responder con gran esfuerzo: “¿Quién soy yo?” Y un Yo superior donde vive la pregunta: “¿Por qué yo soy yo?”. Esta última es la que no podemos responder.

La individualidad se caracteriza por lo que uno es en esta vida: todo lo que trae del yo, la herencia de los padres, la influencia del entorno, las facultades, aptitudes, el carácter, la personalidad, etc.

El ser humano está conformado por:

• Cuerpo físico: todo lo que se puede medir, pesar, ponderar en general. Lo tiene en común con el reino mineral. Está compuesto de las mismas substancias: carbono, hidrógeno, nitrógeno, etc.

• Cuerpo etéreo: la vida, la muerte, la reproducción, el crecimiento. En el ser humano es el lugar donde vive la memoria y es el cuerpo que lucha por la salud, es la fuente de su salud. Este cuerpo lo tienen en común plantas, animales y Hombres.

• Cuerpo astral: conciencia y desplazamiento. Los movimientos en los Hombres y animales son generados por los músculos, por lo tanto hay conciencia, esto hace diferencia a estos dos seres con las plantas. Allí se encuentran los apetitos y pasiones; los sentimientos, las fuerzas de simpatía y antipatía. Esto lo tiene en común el Hombre con los animales.

• El yo: la individualidad. Esto es propio solo en el hombre, el cual aparte de tener conciencia, tiene autoconciencia. Piensa, habla, recuerda, crea, tiene moralidad, características solamente humanas.



Hombre y animal

El hombre tiene la capacidad de unirse en las ideas y compartir las manifestaciones de la individualidad con otro ser humano; para eso la voluntad es lo fundamental: para pensar, crear, tener ideas y que eso sea lo que se pueda compartir. El animal, sin la capacidad de pensar es perfecto en su hábitat natural. El hombre en cambio al poder tener conciencia hacia la individualidad, puede hablar, crear, discutir, opinar, pensar, tener la capacidad de razonar con lógica, etc. puede adquirir la sabiduría por su propio trabajo interior.

La capacidad de pensar es lo que nos distingue a los seres humanos de los animales. Nos lleva a la sabiduría consciente. La sabiduría de los animales es instinto, no es manejada por ellos mismos, en cambio en el hombre hay pensamiento, que no es perfecto pero por medio de él uno se puede volver sabio con voluntad. Es a través del yo que con voluntad, se busca la sabiduría. Los animales encierran una enorme sabiduría pero no son conscientes de ello.

Actúan a través de impulsos anímicos. En cambio el hombre busca respuestas a sus preguntas a través del espíritu; -eso no quiere decir que en el hombre no haya también impulsos anímicos-. Esa parte del espíritu que los hombres consideran propia, es el yo, pero solo lo que se considera como propio; la otra parte es el yo universal: la sabiduría e ideas universales; las cuales a través de la comprensión espiritual-individual pueden pasar a ser parte del yo individual.

Con el yo, el hombre es capaz de dominar los impulsos anímicos, a diferencia de los animales que no poseen esta capacidad.

La voluntad es el elemento fundamental que tiene el yo para modificarse y seguir siendo uno mismo. Yo soy la misma siempre, pero cambio y no soy siempre la misma.

El hombre necesita estar erguido, a diferencia del animal, porque necesita pensar activamente. De esta manera la fuerza de gravedad no atrae tanto al cerebro: flota dentro de un líquido y así su peso es solo de 20 gr.

Los actos morales: afectuosos, fraternos, de caridad (la ayuda hacia el prójimo), la nobleza, etc., también nos diferencian de los animales porque ellos no tienen moralidad, sus actos, aunque puedan ser buenos, son instintivos.

Uno nace con las fuerzas de la herencia muy incorporadas; cuando a la edad de los dos o tres años el yo de cada persona surge a la luz con la fuerza espiritual de la individualidad, trata de generar los cambios para no ser una réplica exacta de los padres como son los animales crías, de la madre y el padre. Lo más común para realizar estos cambios es la fiebre (el calor cambia las proteínas) y diferentes crisis a lo largo del crecimiento.



Educación y salud

En la salud influye lo físico, lo anímico y lo espiritual solo que en determinados momentos de la vida es más lo físico o más lo anímico o más lo espiritual lo que termina influyendo en el resto, pero siempre son las tres cosas las que están comprometidas. El ser humano es una totalidad.

“...Hay que enseñar con la conciencia de que en realidad en cada niño hay que realizar una sanación...”[1].

Los niños que muestran un comportamiento diferente, los que no se relacionan con las formas y organizaciones, los que son soñadores o exaltados, ellos son contemplados también por la educación Waldorf brindándoles ayuda a través de la pedagogía.

El autismo es uno de esos casos. La enfermedad del autismo es para la psicología un niño retasado, y según Rudolf Steiner: “...es un alma que tiene cierto temor y miedo de entrar al mundo...”[2]. A estos niños les cuesta adaptarse a las exigencias sociales y a los grupos escolares.

Hay otros tipos de alteraciones frecuentes en los niños que son entre otros, la falta de concentración, la desubicación social, la rebeldía, la dificultad en seguir consignas, etc., pudiendo desembocar estos aspectos en diferentes enfermedades como por ejemplo asma, tartamudez, episodios epilépticos, etc. Hay otros niños que llaman la atención por no tener completamente desarrollados aun algunos de los cuatro sentidos inferiores: el equilibrio, tacto, movimiento o el sentido vital.

“...Lo que se ha perdido es esto, que en realidad el Hombre es un ser que ha de ser curado...”[3]



Erase en tiempos remotos.

Allí vivía en las almas de los iniciados

lleno de vigor el pensamiento:

que enfermo por naturaleza cada Hombre es.

Y educarlo era visto igual al proceso sanador:

que al niño

junto al madurar

la salud le daba,

para ser en la vida

hombre pleno.

Rudolf Steiner



El maestro debe ser consciente que su meta pedagógica es más allá de enseñar conocimientos, sino que debe encontrar métodos que sirvan al proceso de sanación. “...No es importante que un método sea correcto o no, sino si enferma o sana...”[4]



Un prematuro esfuerzo del pensar

Hay fuerzas etéreas o vitales que se manifiestan en el crecimiento, en el pensar, en el entender, en la atención, etc. Estas fuerzas, hasta la edad de aproximadamente siete años ayudan a la formación y fortalecimiento de los órganos, al crecimiento de todo el cuerpo y organismo. También el cerebro se endurece. En el cambio de dientes se manifiesta la culminación de esta etapa. Si antes de este momento se esfuerza el pensar, se están quitando parte de esas fuerzas para ponerlas en el intelecto y el cuerpo físico queda debilitado; y una individualidad en un cuerpo debilitado se va a manifestar con más dificultad.



Los tres primeros septenios

En la etapa juvenil de la vida, si el Hombre no es educado correctamente esto se ve reflejado posteriormente a modo de espejo en los años de adultez como enfermedades específicas a cada período.

Esquema espejado:

 de 14 a 21 años              de los 42 a los 49 años


de 7 a 14 años                              de los 49 a los 56 años


de 0 a 7 años                                                          de los 56 a los 63 años



Desde el nacimiento hasta los siete años vive en el Hombre la fuerza de la imitación y el movimiento. Es fundamental que el niño tenga un digno ejemplo para imitar por parte del adulto, así esta fuerza se puede desarrollar sanamente. El niño ve en el exterior e imita lo que interiormente se puede reconocer. En este período las fuerzas etéreas están formando los cuatro sentidos inferiores: el sentido vital, el sentido del tacto, del movimiento propio y del equilibrio. El cuerpo físico está en construcción. Este período de crecimiento se ve culminado en su mayor parte cuando a la edad de seis, siete años al niño se le empiezan a caer los dientes, nace el primer molar definitivo, cuando el niño en vez de querer cambiar de juego permanentemente empieza y termina una tarea.

En este primer septenio es muy importante que el niño viva el proceso de las cosas de principio a fin, para que en su vida adulta pueda tener coherencia... Las cosas que el niño realice tienen que tener un sentido para así desarrollar el propio sentido común que sirve para la vida misma, el sentido que uno le da a la vida. Es importante que tenga experiencias vivenciales para que todo el aprendizaje que tenga no esté solo en la cabeza, sino que lo lleve en todo el cuerpo, esto genera una sana coherencia. El niño en el primer septenio aprende haciendo, de esta forma el cuerpo etéreo imprime el aprendizaje en el cuerpo físico. La fuerza de la acción propia es fundamental, esa individualidad que quiere ser. Lo más importante es dejarla que haga lo que su propio cuerpo le pide.[5]



De siete a catorce años predomina lo referente al sistema rítmico, el corazón, pulmones, circulación, etc. La autoridad amada es en la que él busca apoyo, una autoridad que mediante su palabra pueda educar y al mismo tiempo formar. Si no se dan las condiciones adecuadas en esta etapa de la vida, esto se ve reflejado alrededor de los cuarenta y nueve años con enfermedades en el sistema rítmico.



En la etapa de los catorce a veintiún años es donde se desarrolla el juicio propio y el pensar abstracto que es de suma importancia para la vida posterior. En esta etapa el educador se convierte en el guía amistoso. Se produce también el desarrollo de lo que es la propia individualidad, pero esto no será posible si las anteriores fases no fueron cumplidas correctamente. A los cuarenta y dos años puede surgir que se vea reflejado una mala educación en este ámbito como enfermedades metabólicas, el organismo se ve afectado por el propio cuerpo desconociendo partes del mismo (enfermedades auto inmunes).



Sin embargo estos grandes fenómenos no son tan absolutos, existe la influencia de lo personal y lo que uno trae como su karma[6]. Si uno tuvo una mala educación durante su infancia (sobre todo en el segundo septenio) depende en gran parte de su propia individualidad o la posibilidad de que algún otro adulto haya podido cumplir con el rol que le faltó del maestro amado, para que esto no le perjudique en su futuro.

El arte puede sanar aquellas falencias que tuvo el niño en su desarrollo porque actúa sobre la organización total del yo a través del sentir; y el sentir es el portal del cambio porque tiene influencia sobre el pensar y la voluntad. También el pasar un gran dolor transforma al Hombre. Esto da la posibilidad de consubstanciarse con el dolor ajeno y da la posibilidad de cambiar.

Las narraciones en cada etapa de crecimiento también ayudan al niño a desarrollar su individualidad. En el primer septenio a través de los cuentos de hadas se desarrolla la fantasía creadora y se ven claramente las fuerzas del bien y del mal. En primer grado también se cuentan los cuentos de hadas pero ya pueden tener un final abierto para que el niño pueda desarrollar su propia imaginación. En segundo grado se abre la narración a las fábulas donde los cuentos muestran las características humanas a través de lo anímico en el animal. En tercer grado se relata la creación y la vida de Moisés. Tiene que ver con la aparición del rubicón [7]. Como ya vimos a los tres años aparece la primera noción del yo; a los nueve, diez años el niño tiene la primera vivencia de su individualidad. Cuando comienza a salir de la infancia y empieza un camino hacia la adultez.



Otro aspecto que tiene que ver con la educación y fortalece también a la individualidad es el tema de la alimentación. La mala alimentación (gran cantidad de azúcares, chocolates, comida rápida, etc.) debilita al cuerpo, por lo tanto debilitan también a la individualidad ya que la individualidad que vive en un buen cuerpo físico, etéreo y astral va a poder desarrollarse y expresarse mejor.



Mariela Gatca: “Si durante la infancia el niño tuvo la posibilidad de tener un ser al cual venerar como autoridad amada, va a tener en el futuro la capacidad de buscar la verdad. Si tuvo la posibilidad de confrontarse con las cosas con las que no estuvo de acuerdo, va a tener la posibilidad de desarrollar el amor. Y solamente si tuvo la devoción hacia fenómenos de la naturaleza, va a tener la capacidad de desarrollar una sana conciencia. Sin embargo el Hombre no es un ser absoluto”.



El texto “Educación y salud” es un resumen de mis diálogos con la Dra. Mariela Gatica, el Dr. Miguel Da Gracca Belchior y Tomás Klein.



[1] Jaenicke, Hans Friedbert. La educación debe tener algo del principio sanador. Buenos Aires. “circular para maestros”. 1994

[2] Jaenicke, Hans Friedbert. Op. Cit.

[3] Jaenicke, Hans Friedbert. Op. Cit.

[4] Jaenicke, Hans Friedbert. Op. Cit.

[5] Entrevista a Miguel Da Graca Belchior, cita.

[6] La ley del karma según Rudolf Steiner en el libro Reencarnación y Karma: “Todo lo que soy y hago en esta vida no existe por si solo como un milagro, sino que vincula, como efecto, con las anteriores formas de existencia de mi alma, y como causa, con otras posteriores”.

[7] El Rubicón era el río que tenían que atravesar los legionarios para arribar a Roma. Como muchas veces el regreso a Roma llevaba mucho tiempo, al volver se encontraban con otro emperador. Entonces antes de cruzar el río tenían que tomar la decisión de ponerse bajo las órdenes del nuevo emperador o no. Lo cual era una decisión muy fuerte para la época. Por eso Rudolf Steiner lo puso como ejemplo de la dificultad que el niño tiene que cruzar alrededor de los nueve, diez años.

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